Cogito ergo scribere...

Cogito ergo scribere...
Cogito ergo scribere...

domingo, 27 de noviembre de 2016

EL DÍA DEL MAESTRO

Aprovecho el día de hoy para deciros que entiendo vuestras quejas de la sesión de preevaluación. Cuando uno llega a un colegio o instituto nuevo, con cierto miedo y respeto, y no se ve atendido adecuadamente en clase, se desanima mucho. Pero, ante todo, quiero que penséis en lo complicado que resulta transmitir unos conocimientos en medio del jaleo que a veces se monta en el aula. No es que sea malo hablar o ayudar al compañero, para nada lo es, todo lo contrario, pero se prohíbe hablar durante la hora de clase para que el ruido general no aumente a niveles en los que sea imposible dar clase. Quien no entienda algo debe romper la vegüenza como sea para preguntar al profesor y no a su compañero. El profesor es quien mejor os lo va a explicar. Y no me digáis que no os atiende, porque seguramente no estéis pidiéndolo como hay que hacerlo: con la mano levantada y en silencio. Vosotros a veces no os dais cuenta del ruido, pero luego se refleja en vuestros trabajos y exámenes. El último que habéis hecho de Lengua era sencillo, solo lo que habíamos visto en clase, y muy pocos lo han hecho bien. Nadie ha llegado al sobresaliente. Eso demuestra que podéis -y puedo- hacerlo mejor. Los otros profesores se cansan de mandaros a callar y a veces se enfadan tanto que es normal que no quieran atender a nadie. Nos es que no quieran, es que están agotados. Fuera de la clase hay mucho que hacer también, muchos papeles que rellenar cada día. Tenemos que preparar clases y corregir a muchos alumnos, no solo a vosotros, y eso se va sumando y es complicado llegar y tener una sonrisa para todos. Yo misma -que creo tener paciencia para rato- a veces cuando llego y os veo tan habladores, sin respetar el turno de palabra, me entran ganas de irme y no explicaros nada. Es así. Les he dicho a vuestros padres que os repitan muchas veces que hay que pedir la palabra sin gritos, solo con la mano alzada. No creáis que no se os va a atender si no lo pedís a voces; es precisamente cuando lo pedís a voces cuando no se os atiende.

Quiero que intentéis hacerlo bien, mejor aun; sé que muchos de vosotros estáis mejorando, que otros os superáis desde el primer día... Pero nos queda mucho camino. La educación no es lo que veis en televisión; lo que sale en televisión, en internet... depende de intereses comerciales, lo que vende es lo que sale, no lo mejor ni lo más ético. Por eso, no os guieis de lo que veis o escucháis por ahí sin pensar antes si es algo bueno o malo. Juan Jesús ha aprobado este examen último y sin embargo va a ser expulsado del instituto. Necesito que él y los que podéis hacerlo mejor os deis cuenta de que no valen los mínimos, que no vale solo lo que hacéis conmigo, que debéis comportaros y estudiar en todas las asignaturas. No se os pide tanto; ya veis que da tiempo a todo por las tardes. Me consta que vuestros padres os ayudan. Tenéis una economía suficiente en casa para aprovechar ahora y estudiar, que es lo más importante que debéis hacer a esta edad. No tiréis por la borda este regalo de tener unos profesores que os enseñan cosas que nunca nadie más os podrá enseñar, porque cada persona es única y de cada persona aprendemos cosas irrepetibles. Cuando ese profesor o profesora os trate de manera que os dañe, no me vale que lo toméis como excusa para contratacarle. Lo que sea que se salga de la norma DEBÉIS ANOTARLO Y COMUNICÁRMELO, que soy vuestra tutora y la encargada de hablar el tema y solucionarlo. Sabéis que lo voy a hacer, que voy a cumplirlo. Si alguna vez no se os atiende es porque no damos más de nosotros, pero os pido que  no os quedéis con que un día algún profesor no os atendió; pensad si de verdad nunca os atiende el mismo profesor... Solo en ese caso será motivo para quejaros. Repito: es muy difícil atenderos a todos a la vez, y no todos los días será posible, porque a nosotros también se nos pide que avancemos en la materia y si nos paramos la hora entera es imposible enseñar (como me habéis dicho de alguna profesora que -entiendo- tiene ganas de atenderos bien). Así que no exijáis tanto a los demás sin exigiros antes a vosotros. Espero algún día llegar a clase y que todo sea fácil y podamos dar la materia sin un mar de gritos pidiendo cosas. En los recreos podéis ir al servicio y luego solo quedan tres horas para aguantar. Si no podéis, sabéis que se os deja ir, pero si os levantáis antes de pedir siquiera ir, el profesor se cabreará y no os dejará. SE PIDEN LAS COSAS DESDE NUESTRO SITIO, LEVANTANDO LA MANO Y HACIENDO VER QUE DE VERDAD ES UNA URGENCIA. Pido a los que saben que mienten cuando dicen que necesitan ir al servicio que dejen de hacerlo, porque están perjudicando a sus compañeros que realmente lo necesitan.

En definitiva, que ahora os toca estudiar, y que solo así conseguiréis la libertad suficiente en el futuro para hacer con vuestras vidas algo de lo que estéis orgullosos. Si no aprovecháis esto como podéis, os lamentaréis el resto de vuetras vidas, es así. Los amigos, novios, familiares pueden esperar y saben esperar si de verdad os quieren. Atended primero lo que tenéis que atender. Tenéis mi ayuda, pero a veces me cansáis mucho. No puedo ayudaros si veo que no hacéis vuestra parte.
Vamos a ver la película que os dije y sé que os hará pensar sobre ello.
A estudiar.

viernes, 18 de noviembre de 2016

18 de noviembre de 2016

Hoy es un día muy especial para mí. Un 18 de noviembre hace ya muchos años se fue para siempre una persona que yo quería mucho. No pude despedirme ni decirle que lo quería; eso me daba vergüenza entonces, y aunque estuvo malito dos años, en ningún momento se lo dije, ni tampoco lo abracé. Su enfermedad le impedía hablar bien y muchas veces no lo entendía cuando me pedía cosas porque no podía moverse. Un día lo vi llorando en su cuarto porque se ahogaba, no podía respirar. Y otro día lloró más aun cuando me tuvo que pedir que le limpiara los mocos porque él no atinaba a hacerlo. Ese día los dos creamos un lazo nuevo desde la dificultad, un lazo incómodo y complicado para alguien que no quería que su hija entendiese lo enfermo que estaba. Él había sido muy feliz durante su vida, había querido mucho a su familia y ayudaba a todo el mundo en el pueblo; todos lo querían y admiraban: era muy guapo, muy bueno y muy listo. Pero cuando el médico le dijo que se moriría y que no tenía cura su enfermedad, todo cambió en él, ya nunca más sonrió, ni siquiera cuando nació mi hermano pequeño, su cuarto hijito; él ya sabía que no le quedaba tiempo para verlo crecer. 

Una noche como esta murió porque no podía respirar y antes, unos meses antes, yo lo había escuchado decir a su hermana que se había quedado muy solo, que ya no tenía amigos porque nadie le preguntaba nada ni lo iba a ver. También dijo que pensaba que nosotros, sus hijos, no lo queríamos, porque nunca le dábamos abrazos ni le decíamos nada, que nos mostrábamos serios con él. Mi padre murió con mucha pena por irse, porque tenía muchísimas ganas de vivir. Pero murió con más pena aun de creerse solo. Yo tenía 11 años y cuando entendí mi error y me hice mayor prometí que siempre diría lo que sentía a la cara, aunque me diese vergüenza o pudiera hacer un poco de daño. Prometí que siempre diría las cosas importantes que sentía a la gente que quería. Era una tarea difícil para los que somos tímidos, pero era una tarea necesaria y fue la meta que me propuse.

Como tutora vuestra, hoy quería hablaros de ello para que entendáis lo importante de hablar las cosas y porque sé que muchos de vosotros sabéis bien de lo que estoy hablando. Tal vez tengáis que ser más fuertes que los adultos, porque a ellos puede que les cueste mucho hablar claro; por eso tendréis que demostrar que sois auténticos y que ante todo queréis las cosas bien hechas. No pasa nada por pedir cuando estéis faltos de algo. A veces no nos damos cuenta de que estamos dejando de dar algo que la otra persona necesita solo porque nos da cierto apuro o reparo decir las cosas. Me habría gustado decirle a mi padre que todo el mundo lo quería y preguntaba por él cuando estuvo tan malito, pero esa gente no sabía cómo enfrentar su situación y por eso no actuó. Todo es entendible y explicable. Muy pocas cosas no se explican desde el amor o el miedo.

Hace tres años, otro 18 de noviembre, la mamá de mi padre, mi abuela Reliquias, se fue con él después de 25 años llorando cada día por la pérdida de su hijo. Ella era ciega y no se movía de la cama. ¿Sabéis?, muchos de sus días de sol venían de escuchar lo feliz que yo me encontraba entre chicos como vosotros. Me escuchaba primero con una queja: "La vida es una pena muy grande y yo estorbo". Y, entonces, muy suavemente, yo le cogía las manos y le decía bajito: "Pero si tú tienes más ganas de vivir que yo, abuela, que no me engañas", y ella sonreía como una niña pequeña, ilusionada y sintiendo que su nieta la quería a pesar de todo. Sé que tardó mucho en creer que toda la gente que la visitaba la quería de verdad; siempre ofrecía dinero a las visitas como en pago por su tiempo perdido. Pero lo que no sabía era que la gente ganaba mucho con sus conversaciones, con su presencia, con sus desengaños que remataba con una sonrisa novata eterna, como intuyendo que la vida seguía siendo maravillosa fuera. Esa era mi abuela, una mujer con una tenacidad y unas ganas que erizaban la piel. Y muy lista, lo suficiente como para sobrevivir a un hijo y tenerle miedo a la muerte a sus 93 años. Lo último que dijo antes de cerrar los ojos fue que estaba muy malita; lo dijo inquiriendo algo que la curara, no abandonada al destino que parecía no esperarle más. Amaba la vida como se aman las cosas de verdad, con toda el alma.

Murió tras despedirse de todos y pedir perdón por no sé qué cosas que guardaba en el tintero; repitió perdón tantas veces que todos lo adjudicaron a su delirio. Pero nunca en su vida -estoy segura- había estado tan cuerda. Y habló con una intensidad en su caricia que nadie se explicó por su hilito de vida; fue una especie de adiós que nos uniría para siempre.

Esa noche de su ida, sin embargo, fue la primera desde mis once años en que un 18 de noviembre no me traía la soledad y el llanto. Esa noche vino a verme un ángel, alguien que me conocía desde hacía muy poquito y que no quiso dejar de darme un abrazo para que me sintiera un poco mejor. Vino a darme solo un abrazo y se fue; dejó todo lo que tenía que hacer para buscar el pueblo donde vivía y estar allí, sin importar el esfuerzo. Eso lo hacen muy pocas personas y desde esa noche yo lo quise más que a mi vida.

Hoy es un día bonito y triste, pero quería quedarme con lo bonito para hablaros y pediros que seáis vosotros mismos y habléis mucho de lo que os preocupe, que es la mejor manera de poder entenderse en esta vida. Y que siempre hay gente muy buena, ángeles que nos rodean y nos cuidan, aunque nos parezca a veces que estamos solos. Confiad en mí y en lo que os digo. Estoy muy contenta de daros clase, chicos, y de que estemos creciendo cada día. Os quiero.

Vuestra tutora y amiga de batallas


sábado, 12 de noviembre de 2016

Algo que quiero que leamos muchas veces...



El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo.



Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas veces a este mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado. Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera".



Había otras dos higueras, pero aquella, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra erudita que solo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la vía láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea. Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba. Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?". Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo. Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.



Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza". Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida solo porque el mundo era bonito, gente, y ese fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.



Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre este mi abuelo Jerónimo y esta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido, según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y que esa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar a vivir. La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi ochenta años) donde mis padres aparecen. "Están los dos de pie, bellos y jóvenes, de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día.



Mi madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes arquitecturas neoclásicas". Y terminaba: "Tendría que llegar el día en que contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un abuelo berebere, llegando del norte de África, otro abuelo pastor de cerdos, una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor en un retrato… ¿Qué otra genealogía puede importarme?, ¿en qué mejor árbol me apoyaría?". Escribí estas palabras hace casi treinta años sin otra intención que no fuese reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales se hizo la persona que comencé siendo y esta en que poco a poco me he convertido.



José Saramago, discurso del Nobel de Literatura


miércoles, 9 de noviembre de 2016

¡ESTO NO SON BROMAS!

Os dejo un vídeo que refleja muy bien lo que es acoso escolar; para que os deis cuenta de que lo que a unos puede parecer una broma, a otros puede estar dañando mucho... Tened en cuenta siempre que no todos estamos preparados para recibir bromas; por eso, hay que respetar a los demás y no hacer valoraciones sobre cómo es o cómo habla o cómo viste... Hace poco se suicidó otro niño por este motivo. Hay que pararlo y en clase no me cansaré de decirlo.

Pulsa aquí


lunes, 7 de noviembre de 2016

PELI MUY INTERESANTE Y BONITA

Me gustaría recomendaros especialmente esta película: pulsa aquí 
Intentaré que la veamos en el insti, porque merece mucho la pena. Es de esas pelis que no se olvidan, que enseñan, deleitan (¡Ya que aprendimos la palabra, la utilizamos!), emocionan y calan hondo. Trata el tema del autismo, el odio racial, las guerras... Animaos a verla, chicos, palabra de tutora que os gustará. ;)

martes, 1 de noviembre de 2016

¡LAS AVENTURAS DE GRAMÁTICO!

Bueno, aquí os dejo una actividad de verbos muy chula, para que practiquéis... A ver quién llega más lejos. ¡Comentad qué aventuras vais superando ;)! Empieza aquí

NUEVO CUADRANTE DE SITIOS


Buenas noches, chicos. Después de corregir vuestros exámenes tengo claros ¡por fin! los sitios. Acabo de hablar con vuestros padres para informarles. Necesito vuestra colaboración; no penséis que si pongo a alguien detrás es porque se merece menos el puesto, o cosas parecidas. Tenéis y demostráis mucha capacidad para captar las ideas y algunos necesitan un poco más de ayuda; muchos sois habladores; otros, tímidos; otros, más lentos; otros, más rápido; algunos tenéis pequeños problemillas de salud que hay que tratar con respeto... Así que estamos intentando -vuestros profesores y yo- que la clase, que ya es buena, vaya funcionando mejor aun. Me han sorprendido vuestros exámenes para bien (en general). Mañana os los entrego. 

Quería deciros también que me enseñáis mucho en los días de tutoría. A veces los mayores estamos tan ofuscados con nuestros problemas que no acertamos a ver todo lo que os sucede. Y no es bueno trataros de antemano como si tuvierais la culpa de algo. Disculpad mil malos modos a veces; intento hacer las cosas como mejor sé para vosotros y, como os dije, a partir de esta semana nos pondremos más duros con lo que respecta a los partes. Quien siga dejándose llevar por la desidia (palabra para el vocabulario del cuaderno) tendrá partes graves para que no contagie al grupo. Es verdad que mucho de ese ruido deriva de que ya os vais conociendo y me consta que os queréis, y eso es bonito, pero tenemos que poner de nuestra parte para minimizar los jaleos. Los viernes los dedicaremos a tutoría y lecturas a partir de ahora, para que no estéis tan saturados. Pero, el resto del tiempo... ¡hay que trabajar! Ya veis que las asignaturas se prestan a hacer actividades chulas y nos reímos mucho también. Hay tiempo para todo. Pero no desaprovechéis esta oportunidad de tener vuestros estudios y el futuro que queráis; porque de lo que hagáis cada día va a depender vuestra felicidad, no de lo que tengáis, de a qué dediquéis vuestro tiempo.
Estoy muy contenta con vosotros, chicos. 

> Si tras el cambio de sitios estáis mal y os agobiáis, decidme todo lo que yo tenga que saber. Aquí estamos para aprender y yo también me equivoco. Ánimo.