Cogito ergo scribere...

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viernes, 18 de noviembre de 2016

18 de noviembre de 2016

Hoy es un día muy especial para mí. Un 18 de noviembre hace ya muchos años se fue para siempre una persona que yo quería mucho. No pude despedirme ni decirle que lo quería; eso me daba vergüenza entonces, y aunque estuvo malito dos años, en ningún momento se lo dije, ni tampoco lo abracé. Su enfermedad le impedía hablar bien y muchas veces no lo entendía cuando me pedía cosas porque no podía moverse. Un día lo vi llorando en su cuarto porque se ahogaba, no podía respirar. Y otro día lloró más aun cuando me tuvo que pedir que le limpiara los mocos porque él no atinaba a hacerlo. Ese día los dos creamos un lazo nuevo desde la dificultad, un lazo incómodo y complicado para alguien que no quería que su hija entendiese lo enfermo que estaba. Él había sido muy feliz durante su vida, había querido mucho a su familia y ayudaba a todo el mundo en el pueblo; todos lo querían y admiraban: era muy guapo, muy bueno y muy listo. Pero cuando el médico le dijo que se moriría y que no tenía cura su enfermedad, todo cambió en él, ya nunca más sonrió, ni siquiera cuando nació mi hermano pequeño, su cuarto hijito; él ya sabía que no le quedaba tiempo para verlo crecer. 

Una noche como esta murió porque no podía respirar y antes, unos meses antes, yo lo había escuchado decir a su hermana que se había quedado muy solo, que ya no tenía amigos porque nadie le preguntaba nada ni lo iba a ver. También dijo que pensaba que nosotros, sus hijos, no lo queríamos, porque nunca le dábamos abrazos ni le decíamos nada, que nos mostrábamos serios con él. Mi padre murió con mucha pena por irse, porque tenía muchísimas ganas de vivir. Pero murió con más pena aun de creerse solo. Yo tenía 11 años y cuando entendí mi error y me hice mayor prometí que siempre diría lo que sentía a la cara, aunque me diese vergüenza o pudiera hacer un poco de daño. Prometí que siempre diría las cosas importantes que sentía a la gente que quería. Era una tarea difícil para los que somos tímidos, pero era una tarea necesaria y fue la meta que me propuse.

Como tutora vuestra, hoy quería hablaros de ello para que entendáis lo importante de hablar las cosas y porque sé que muchos de vosotros sabéis bien de lo que estoy hablando. Tal vez tengáis que ser más fuertes que los adultos, porque a ellos puede que les cueste mucho hablar claro; por eso tendréis que demostrar que sois auténticos y que ante todo queréis las cosas bien hechas. No pasa nada por pedir cuando estéis faltos de algo. A veces no nos damos cuenta de que estamos dejando de dar algo que la otra persona necesita solo porque nos da cierto apuro o reparo decir las cosas. Me habría gustado decirle a mi padre que todo el mundo lo quería y preguntaba por él cuando estuvo tan malito, pero esa gente no sabía cómo enfrentar su situación y por eso no actuó. Todo es entendible y explicable. Muy pocas cosas no se explican desde el amor o el miedo.

Hace tres años, otro 18 de noviembre, la mamá de mi padre, mi abuela Reliquias, se fue con él después de 25 años llorando cada día por la pérdida de su hijo. Ella era ciega y no se movía de la cama. ¿Sabéis?, muchos de sus días de sol venían de escuchar lo feliz que yo me encontraba entre chicos como vosotros. Me escuchaba primero con una queja: "La vida es una pena muy grande y yo estorbo". Y, entonces, muy suavemente, yo le cogía las manos y le decía bajito: "Pero si tú tienes más ganas de vivir que yo, abuela, que no me engañas", y ella sonreía como una niña pequeña, ilusionada y sintiendo que su nieta la quería a pesar de todo. Sé que tardó mucho en creer que toda la gente que la visitaba la quería de verdad; siempre ofrecía dinero a las visitas como en pago por su tiempo perdido. Pero lo que no sabía era que la gente ganaba mucho con sus conversaciones, con su presencia, con sus desengaños que remataba con una sonrisa novata eterna, como intuyendo que la vida seguía siendo maravillosa fuera. Esa era mi abuela, una mujer con una tenacidad y unas ganas que erizaban la piel. Y muy lista, lo suficiente como para sobrevivir a un hijo y tenerle miedo a la muerte a sus 93 años. Lo último que dijo antes de cerrar los ojos fue que estaba muy malita; lo dijo inquiriendo algo que la curara, no abandonada al destino que parecía no esperarle más. Amaba la vida como se aman las cosas de verdad, con toda el alma.

Murió tras despedirse de todos y pedir perdón por no sé qué cosas que guardaba en el tintero; repitió perdón tantas veces que todos lo adjudicaron a su delirio. Pero nunca en su vida -estoy segura- había estado tan cuerda. Y habló con una intensidad en su caricia que nadie se explicó por su hilito de vida; fue una especie de adiós que nos uniría para siempre.

Esa noche de su ida, sin embargo, fue la primera desde mis once años en que un 18 de noviembre no me traía la soledad y el llanto. Esa noche vino a verme un ángel, alguien que me conocía desde hacía muy poquito y que no quiso dejar de darme un abrazo para que me sintiera un poco mejor. Vino a darme solo un abrazo y se fue; dejó todo lo que tenía que hacer para buscar el pueblo donde vivía y estar allí, sin importar el esfuerzo. Eso lo hacen muy pocas personas y desde esa noche yo lo quise más que a mi vida.

Hoy es un día bonito y triste, pero quería quedarme con lo bonito para hablaros y pediros que seáis vosotros mismos y habléis mucho de lo que os preocupe, que es la mejor manera de poder entenderse en esta vida. Y que siempre hay gente muy buena, ángeles que nos rodean y nos cuidan, aunque nos parezca a veces que estamos solos. Confiad en mí y en lo que os digo. Estoy muy contenta de daros clase, chicos, y de que estemos creciendo cada día. Os quiero.

Vuestra tutora y amiga de batallas


3 comentarios:

  1. Me parece precioso lo q ha escrito.Me he sentido un poco identificada mientras q leía él texto e incluso me he emocionado un poco.Yo también he perdido a mi bisabuela hace poco ,un día vi a mi madre muy triste hablando por teléfono,y al preguntarle le dije q me lo contara,q no me podía ocultar estas cosas,ella me contó q mi abuela tenía una enfermedad d la q no se podía operar ya q era muy mayor yo lo pasé mal.Todavía me arrepiento d no haberme despedido d ella como es debido,ella vivía en un pueblo al norte d Sevilla donde vive na malayoría d mi familia por parte d madre,iba poco así q tampoco la veía mucho.Yo no hablaba mucho con ella pero aún cuando voy a su casa en él pueblo sigo echando d menos no poder saludarla o preguntarle q como estaba,no sabía q cosas tan simples como saludarla o preguntarle q como estaba me fueran a llamar tanto la anteción al no hacerla ,quizás porque estaba acostumbrada.

    Gracias por ser tan buena profesora.Pensaba q en el instituto los profesores serian mas distantes pero tu me demuestras lo contrario��

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  2. Gracias a ti y tus compañeros por lo mucho que valoráis las pequeñas cosas. Lo que has escrito es muy bello y emotivo; al final lo que echamos de menos son las cosas más sencillas que se hacen casi sin darnos cuenta, sí. Todo lo demás que puede llamar la atención momentáneamente acaba por cansar si no tiene que ver con el cariño y la ternura. Un abrazo enorme y nos vemos mañana. Madrid está preciosa en esta época... Os contaré cosillas.

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  3. ����maestra me ha emocionado

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