Chicos, os voy a tratar como adultos, que es como necesitáis
que os trate cuando las cosas van mal. He llegado con muchas ganas de veros y
abrazaros y he recibido vuestro cariño con verdadero orgullo; a todos nos gusta
que nos echen de menos. Pero en días como el de hoy no sé hasta dónde es bueno
llevar la paciencia y si no será mejor trataros con esa mano dura que no conocéis
porque no estáis viviendo una época de escasez en donde lo que primaba era comer,
e ir a la escuela era solo un privilegio. Antes las clases estaban llenas de
gente que en su mayoría respetaba a los profesores; nadie ponía en duda la
labor del maestro, ya podía dormirse en clase: eran nuestros superiores y ahí
estaban para enseñarnos. Ahora, no solo no respetáis el esfuerzo que cada uno
hace para que sus alumnos y alumnas sean adultos de provecho, sino que os
atrevéis a pensar que aquí estamos para cobrar e irnos a casa tan a gusto. No,
un no rotundo. Ahora sí que es difícil llegar a ser profesor, cuesta mucho
llegar donde nos veis, muchísimo, y la educación que hemos recibido hace que
aun estando agotados del día a día vayamos al aula como si todos estuvieseis
sedientos de saber. Es complicado aguantar clases y clases en donde nadie se
calla porque eso solo lo hacéis con algún profesor o profesora que no os deja
moveros. Eso sí entendéis que es educación: la norma estricta, y no os dais
cuenta de que muchos profesores que os enseñan intentan aplicar otro tipo de
norma, que es la de daros la libertad de conocer el mundo y que participéis en él.
No os dais cuenta de que los verdaderos maestros son personas que no parecen
nada. Hay que tirar de la seriedad continuamente, partes y más partes, para que
vosotros y los padres que tenéis entiendan que el instituto es serio y, por
tanto, vosotros vais a estudiar y rendir. Muchos, incluso, prefieren que sus
hijos vayan a un sitio privado porque allí parece que la disciplina sube,
cuando en esos sitios la realidad es que no necesitan siquiera a profesores que
hayan aprobado nunca un examen de oposición.
Todo lo que se da en abundancia cansa y se desvirtúa, todo pierde el valor que tiene, y me pregunto si no habrá que perder la educación adquirida tras tantos años para que vosotros, los alumnos de esta época, la ganen. Ya sabéis a quiénes van dirigidas estas palabras y me apena tener que escribirlas porque seáis más de uno y más de dos.
En vosotros está reflexionar sobre qué vais a hacer con vuestras vidas: si os dejáis contaminar por la desconfianza o, peor, la indiferencia, o si seguís poniéndole ilusión y ganas a esto que no va a durar mucho. Dentro de nada seréis adultos y tal vez más de uno se lamente y se acuerde de nosotros con admiración. No dejéis la admiración para cuando ya sea tarde: ahora es cuando tenéis la oportunidad de agradecer y coger eso que se os ofrece gratuitamente y que desde vuestras casas tan preocupadamente reciben su pérdida entre los dedos de sus hijos.
Poneos las pilas.
Y olvidad lo que sale por la tele: todo lo que se logra sin esfuerzo no causa más que vacío.
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